La película centra su acción en el particular mundo de los shows de la mañana, esos espacios en los que se pasa con gran naturalidad del detalle de una receta para preparar omelettes a un adiestrador de ranas e, inmediatamente, a un móvil desde un choque múltiple en una autopista. También pinta la despiadada lucha por una centésima de punto en la medición de audiencia, el altar moderno en el que se sacrifican el buen gusto, la prudencia, los códigos de ética periodística y hasta la dignidad profesional de muchos de los que allí intervienen
Pero a Michell no le interesa hacer una reflexión profunda sobre la televisión, a la manera de la inolvidable "Poder que mata" ("Network", Sidney Lumet, 1976) -entre otras- sino aprovechar ese ambiente de ambiciones personales, frustraciones profesionales y principios morales difusos para desarrollar allí la historia de esta joven productora que tiene que salvar del naufragio al programa en cuestión.
Harrison Ford encarna a una ex estrella del periodismo que acepta a regañadientes integrarse a un envío que desprecia y detesta, Diane Keaton a la conductora del programa (una ex reina de belleza en franca decadencia), Jeff Goldblum al poco escrupuloso gerente de la emisora y Patrick Wilson a un compañero de tareas de la protagonista, apuesto y simpático, para dar lugar al costado romántico de la historia. Si se los hubiera explotado al máximo, mucho mejor habría sido el resultado.